sábado, 22 de agosto de 2015

Mi historia es simple, me enamoré.

La vida siempre nos enseña las cosas que debemos saber, a veces de la manera más cruel, o por un momento así lo vemos.

Nada es para siempre, debemos entender. Nada ni nadie, las relaciones son producto de un constante trabajo, diario y mutuo, es lo que las hace fuertes, estables y las hace crecer.

Esta vez, la vida me hizo darme cuenta, de que hay que ver más allá de las cosas, de las apariencias, de las palabras, que sí, es posible confiar en alguien, sí es posible comunicarse y que te entiendan, compartir los sueños, los gustos y los disgustos, compartir la cama, las noches y las mañanas, compartir alegrías, tristezas y hasta las crisis emocionales. 

¡Sí! es posible tener a tu lado a la persona que ni tus sueños pudieron imaginar, que cumple con lo que ni siquiera pediste, que el universo a veces te premia. Que es divino crecer de a dos, y es porque simplemente hay ganas, hay ganas de estar. 

Mi historia es simple, me enamoré. Me enamoré de su historia, de su voz, de sus pensamientos, de sus obsesiones, de sus manos y su manera de llevarme por el mundo, apostando y arriesgando, me enamoré de sus miedos, de la calidez de su mirada, de su entrega, de su desnudez y definitivamente me enamoraron sus ganas; ganas de estar, de estar conmigo, de crecer conmigo, de aprender conmigo, porque no había nada que perder. 

Nuestro final llegó mucho antes de lo esperado, pero crecí, aprendí y entendí, que estamos aquí para arriesgarlo todo, para apostar sin miedo, a confiar, porque no hay final que no enseñe nada. En la vida, cada final sólo es un nuevo comienzo.